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jueves, 6 de marzo de 2008

Cuando Córdoba encontró a Pedro Gámez Laserna

Después de cumplirse un año lleno de celebraciones y reconocimientos, a lo largo y ancho de la geografía andaluza, en el centenario del nacimiento del más célebre músico galduriense (así es el gentilicio de los nacidos en Jódar), y en el que la banda de la Esperanza ha contribuido en los dos conciertos de mayor relevancia de la banda de música –los celebrados en junio en la Sala Victoria y en diciembre en San Francisco- y con la petición formal al Ayuntamiento de la apertura de los trámites necesarios para que se le conceda la justamente merecida rotulación de una calla –en este caso jardín- a don Pedro Gámez.

Antes de acabar el año, aunque ya formalmente lo ha hecho, era necesaria una última aportación. En este caso, describir a través de la vivencia de sus hijos, cómo era la persona de don Pedro, y cómo Córdoba marcó la trayectoria de quien, si bien nació en Jódar (Jaén) fue cordobés, ya no sólo de adopción, sino “de carácter y de costumbre”.

Este reportaje ha sido escrito a partir de las dos entrevistas que amablemente nos ofrecieron los hijos de don Pedro Gámez, José y Pilar, el día 29 de diciembre de 2007 en Sevilla, y su hijo Leandro en su casa de Córdoba el día 8 de Enero de 2008. Es de agradecer la disponibilidad, amabilidad en el trato con nosotros y sobre todo, la sinceridad a la hora de abrirnos a la información del hombre de que ellos recibieron su vida. Todo se resume en la afirmación de su hijo Leandro, tan cariñosa y con sentimiento de respeto, como cierta y justa: “Mi padre ha sido un música nato, llevaba la música dentro”

El porqué de Pedro Gámez en Córdoba.

Pedro Gámez Laserna nació en Jódar en 1907. Era el tercer hermano de una familia muy numerosa. Desde que nació, vivió la música en su casa, ya que su padre era el director de un coro de campanilleros en la localidad. Su afecto a la música le hizo entrar en la anda que allí existía, de manos de Manuel García Sales, quien sería su maestro. En el pueblo llegó a ser monaguillo, ya que ésta era una forma de poder recibir clases de música con el sacerdote y, sobre todo, de poder acceder a un órgano.

Quedó Pedro huérfano de madre, y “se le acabó el pueblo”. Sus maestros no tenían nada más que enseñar a un adolescente que era músico nato, y estaba ávido de conocimientos. El director de la Banda Municipal le indicó que si quería aprender más, debía buscar su camino por otro lado, así que se lo trajo a Córdoba su tío Blas, era el destacado músico Blas Martínez Serrano, fliscorno de primera en la banda del Regimiento de la Reina nº 2 de Córdoba, quien sería fundador y director de la Banda de Música del Hospicio. 

Así, a los 16 años, llega a Córdoba, donde se alista como voluntario en el Regimiento de la Reina, en el que tocará el trombón, después el bombardino, y donde acabará con la trompa.

La primera etapa en Córdoba.

Concluida su etapa como voluntario en el Ejército, decide entrar en la academia “Santa Cecilia”, que sustentaba la Banda Municipal de Córdoba. Aquí es donde realizaría sus estudios de armonía, como quién él siempre considero su maestro, el director de la banda, don Mariano Gómez Camarero. Tanto es así, que le llegó a componer y dedicar un pasodoble llamado Toledo, de donde el maestro era oriundo.

A la vez que en su trompa y la armonía, se formaba en otras materias, como violín o piano con Pilar Arboledas (a quien a su vez él enseñaba armonía). Será en esta etapa cuando desarrollando una de sus aficiones dirige la estudiantina –coro y rondallas- denominada “Fígaro Cordobés”. Esta actividad marcará su vida, primero porque es la primera formación que dirige y segundo porque entre los componentes se encuentran tres de los hermanos Varo: Paco (violín), Antonio (Pandereta) y Ocri (cantante), quienes eran hermanos de quien más tarde será su esposa, doña Pilar Varo.

Caricatura de Pedro Gámez. Antonio Díaz Ruz (1960)

Pedro Gámez vivía en esa época en la Pensión Agustina (que actualmente sigue existiendo), en la calle zapatería vieja, cerca de donde los hermanos Varo vivían y donde el padre de éstos tenía una taberna, en la calle Cardenal González. Con Paco, que era minusválido, Pedro mantuvo una relación más allá de la estudiantina, ambos eran compañeros en el trabajo de músicos en el teatro y de estudio, y mientras Paco ayudaba a Pedro con el violín, éste hacía lo mismo con el solfeo con aquél, por lo que Gámez pasaba buena parte de su tiempo en casa de Paco Varo.

Entre varias pretendiente, Pedro tuvo claro quién quería que fuera su esposa –como le confesó años más tarde a su hijo Leandro- pero él no quería comprometerse sin tener un futuro y una estabilidad laboral. En esta etapa de estudio, el maestro vivía de diversos trabajos como músico, siendo el principal tocar en el teatro que por aquella época era el entretenimiento de la sociedad cordobesa, pero ninguno de ellos con la suficiente estabilidad. Para quien sería su esposa, Pedro era “un hombre muy serio, que sólo pensaba en estudiar”

Pero llegado el año 1932, alcanzaría la plaza de trompa en la banda municipal de Córdoba, y con ella llegaría la declaración de amor, y en siete meses, la boda, que sería oficiada por don Rodrigo Madrid Mesa en la capilla del Sagrario de la Iglesia Catedral de Córdoba, el día 28 de diciembre de 1932. “Sin conocerla, me casé en siete meses, y después de conocerla, me casaría en siete días”. Esta frase fue repetida por Pedro Gámez Laserna durante toda su vida, en relación a su mujer. Bien es cierto que buena parte de lo que él llegó a ser se lo debió a su esposa. Su hijo Leandro afirma con convicción que “mi padre gracias a mi madre llegó a ser lo que fue”. Casado y con dos niños –Leandro (10 años) y José (6 años)-, más un hermano de padre pequeño –Leandro (13 años)- ya que su madre murió tiempo atrás, Pedro marcharía a Madrid apoyado por su mujer, que además de ser una gran influencia para el desarrollo de su carrera, mantuvo trabajando como modista –en ocasiones hasta altas horas, llorándole los ojos del esfuerzo- a los tres niños y la casa en el tiempo que necesitó Pedro para estudiar y formarse en Madrid.

Pero antes de marchar a Madrid, viviría en Córdoba unos años, en los que tuvo sus dos primeros hijos, y donde además del sueldo como músico de la Banda Municipal –un duro semanal- participaba en otros “extras”, como eran el teatro o la orquesta “los califas” del empresario J. Lara; las clases particulares (entres sus alumnos estaban los hermanos Rafael y José de la Vega, “los niños de la lección”) o incluso durante un tiempo –recomendado por su tío Blas- como director de la Banda del Hospicio.

En el periodo de la Guerra Civil, fue movilizado al Regimiento de Lepanto nº 5, con sede en Granada. Allí compondría una célebre obra para trompeta, las Cecilianas, dedicada al patrón de Granada, San Cecilio. Tras la guerra volverá a Córdoba, a la casa de Zapatería Vieja, donde viviría con su mujer hasta 1950. En Córdoba, además de seguir como trompa en la Banda Municipal, el maestro Gámez, se dedicó con más ahínco a estudiar y componer. Así es como lo recuerdan sus hijos “Yo a mi padre lo he conocido siempre como un hombre que ha estado estudiando o componiendo” En esta época compondría para Córdoba su primera marcha procesional (Santísimo Cristo de la Caridad, 1941) y dos de los tiempos de la Suite Cordobesa: el “Bailable inicial” y “la mezquita”.

Estas dos piezas serían las que abrirían la puerta de Madrid. Don Pedro se las remitió al director de la Banda Municipal de Madrid, don Martín Domingo, quien al poco tiempo vino a Córdoba con su banda a dar un concierto, y en una entrevista con el músico, lo convenció para que se desplazara a la capital de España, donde se le ofreció una plaza además de estudiar Contrapunto y Fuga, los cuales no se impartían en Córdoba. Don Pedro consideraba a Martín Domingo, quien tan bien aconsejó al músico, junto al ya mencionado Gómez Camarero, sus dos maestros.

Con el apoyo moral de su mujer, como ya ha sido descrito, marcharía a Madrid en 1943, donde se desarrollaría como músico con la esperanza de volver a Córdoba convertido en director de la Banda Municipal. Allí, además de las lecciones que recibía, completaba la necesaria manutención económica con trabajos extras en teatros donde había zarzuelas, conciertos, etc. En este círculo llegó a ser muy solicitado y ser conocido con el sobrenombre de “El Manolete”

Asimismo, se adelantaría en los círculos intelectuales y musicales de importancia en Madrid, donde compartía encuentros con personajes de la talla de Pablo Sorozábal. Es en este tiempo donde compone la única zarzuela (hubieran sido muchas más si no hubiera marchado de Madrid). No llegaría a ser director civil por dos razones, una de ellas la edad, era muy mayor; la otra, porque desistió ante una oposición injusta en la que la única plaza que existía fue otorgada más por recomendación que por méritos del concurso-oposición.

Sin embargo, en las oposiciones a director militar, de mayor justicia, en las que fue el número uno a nivel nacional, sí que puedo elegir como destino Córdoba. Y ello pese al desánimo en el propio músico tras el examen, porque debido a la baja calidad del papel y el sudor propio de quien realiza tan ardua labor, se le había corrido la tinta en el trabajo de la oposición.


D. Pedro junto a su esposa

La segunda etapa.

Por qué regresa a Córdoba Gámez se puede explicar por varios factores. El primero y principal es que en Córdoba tenía una casa, y su mujer y sus hijos vivían en Córdoba. También influyeron otros como que “le gustaba Córdoba toda”, recuerdan sus hijos, o que amigos suyos lo animaron a volver, entre ellos el musicólogo Ramón Villalonga Munar, que le dijo: “Gámez, te quiero en Córdoba”. Lo cierto es que la casa de Zapatería Vieja, la familia Gámez Varo se trasladó al cuartel de Lepanto en 1950. Sus hijos recuerdan que la vida de su padre era “su despacho, su familia y su cuartel”.

Intentó, con poco medios (artistas noveles) y de manera infructuosa por falta de respuesta del pueblo cordobés, revitalizar la vida cultural de la ciudad, y programó y dirigió la zarzuela La del Soto del Parral en el Gran Teatro, mientras que Dámaso Torres (director de la Banda Municipal, y otra de las autoridades musicales del siglo XX en Córdoba) lo intentaba con Molinos de viento en el teatro Góngora.

El hecho es que, aunque tenía su círculo de amigos (era gran amigo del doctor Enrique Luque) e intentó inculcar en la vida de Córdoba aquello que amaba y era su vida en Madrid porque “estaba enamorado de Córdoba, demasiado enamorado de Córdoba”, la ciudad de la época se le quedó pequeña, y estaba deseando marchar a una ciudad más grande, y sobre todo que tuviera aspiraciones culturales de mayor magnitud.

Se arrepintió de no haberse quedado en Madrid, y cuando el músico Vicente Más Quiles en 1956, pasó a la reserva, dejando la banda de Soria 9, en Sevilla, Pedro Gámez la solicitó, sabiendo que al haber sido el número uno en las oposiciones de su promoción, aquella plaza sería para él. Esta relación de amor-odio con la ciudad quizás sea una de las causas por las que la producción de Córdoba se considera más seria, más profunda, más difícil en su concepción.

Las últimas veces que volvió a Córdoba lo hizo acompañado de su hijo Leandro, el cual no llegó a marchar con el resto de la familia a Sevilla, sino que fijó su residencia en Córdoba. Las últimas ocasiones en las que vino fue con motivo del nacimiento y bautizo de su bisnieto Rafael, en el año 1986, y por última vez en su vida en la Feria de Mayo de 1987, donde en compañía de su hijo Leandro estuvo en la feria, en los toros y en el teatro de la ciudad a la que siempre quiso.

Las aficiones y gustos de Pedro Gámez.

Fuera de todo lo que era el mundo musical, entre sus aficiones, se contaban el ajedrez, el dominó, el fútbol, los toros y andar por las ciudades que lo cautivaron: Córdoba, Madrid y Sevilla.

Del ajedrez, consideraba que era su verdadera afición “porque le hacía pensar”, dice su hijo. Le gustaba jugar contra buenos contrincantes. En Córdoba desarrolló esta actividad frecuentemente en “Casa Baltasar”, en la esquina de la plaza de la Magdalena, y uno de sus rivales en el juego preferidos era su propio hijo Leandro. Peñista, le gusta “después de la siesta” ir a jugar al dominó a ese bar. Asimismo, era el lugar de celebración en verano o Navidades. Cuando vivía en Zapatería Vieja iba a “los Palcos”, en la calle Cardenal González, y una vez que se mudó al cuartel del Marrubial iba a “Casa Ogalla” y a “Peña el Príncipe”, de San Lorenzo.

Por el fútbol tenía auténtica pasión. Aunque le gustaba en la televisión –al igual que las carreras de motos y el baloncesto- su ambición era verlo en directo. Cuando vivía en Córdoba iba con una peña deportiva radicada en la Magdalena a Sevilla y Madrid en tren, el famoso “tren botijo” a ver a los grandes equipos (Madrid, Barcelona, Atlético de Bilbao…). Cuando vivía en Sevilla, volvía algunos domingo a ver al Córdoba C.F. Cordobesista, compuso el himno del club en 1966 (cuando éste estuvo en primera división) que le valió el primer premio a nivel nacional del único concurso de “La canción deportiva”

También era sevillista y había quien bromeando afirmaba que “don Pedro se había venido a Sevilla a trabajar porque así podría ver los equipos de primera división buenos”. Otra de sus aficiones era viajar. Tanto, que siempre tenía su maleta preparada, y un maletín donde guardaba sus partituras, y los útiles de aseo, de forma que fuera donde fuese, sus partituras siempre olían a colonia.

Buen aficionado a los toros, sus toreros preferidos eran “Manolete”, porque era serio, “El Cordobés”, para divertirse; y Paquirri como banderillero. Esta afición primero la desarrolló como músico, y luego la continuó como aficionado. Dedicó con cariño pasodobles a diversos toreros y novilleros de Córdoba, como a Paquito Casado o Pedrín Castro. Si no escribió a Manolete un pasodoble es porque éste ya tenía uno (el célebre Manolete) de su amigo Rafael Orozco.

Le encantaba andar por las calles de las tres ciudades que lo cautivaron, y eso lo llamaba Pedro Gámez de una forma que con tanto cariño recuerdan sus hijos “jugar a perderse”, pasar por calles por donde no pasaba nunca. Andaba por Córdoba, y si había un paseo que le gustara dar un paseo era por la Judería, o subir a casa del tío Blas en el Calasancio, o llegar andando a la finca de la Arruzafa, que antes de que construyeran el hotel era una huerta regentada por un paisano galduriense. Como alma cordobesa, le encanta echar un día de campo.

Si bien “no era aficionado a los festejos”, había uno en especial que sí le gustaba: los concursos de rondallas que se llevaron a cabo en los mejores Patios presentados al festival de los años 1951 y 1952. Los motivos eran, por un lado, que sentía debilidad por la música rondalla en sí, y por otro que practicaba como tribunal.

En enero llevaba, por costumbre, a ver la Cabalgata de Reyes Magos a su familia a la esquina del Ayuntamiento. La Semana Santa la vivía desde la óptica del músico, como no podría ser de otra forma, aunque inculcó a sus hijos el amor por esta celebración y los llevaba que salieran de nazarenos en la cofradía de la Misericordia, donde no faltaba ningún año la banda del Regimiento de la Reina.

Sus devociones fueron el Cristo de la Misericordia de Jódar y el Santísimo Cristo de la Buena Muerte de Córdoba, al que no sólo dedicó Saeta Córdoba, sino que mantuvo la imagen en su casa una vez que se trasladó a Sevilla, ciudad en la que tuvo devoción por la Macarena, de quien llevaba siempre una estampita con él.

Epílogo.

Una vez dijo don Pedro que si se quedaba viudo, se iba a ir a las ermitas de Córdoba para estar sólo. La realidad es que al quedarse viudo estuvo en compañía de sus descendientes durante mucho tiempo hasta su muerte. Los mismos hijos que abogan porque la memoria hacia su padre se mantenga, y que el pueblo cofrade por lo general reconoce.

Don Pedro Gámez Laserna “que era más cordobés que otro lado, porque era más serio”, dicen sus hijos, era una persona poco habladora. Aquellos que llegaron a conocerlo bien lo describen como una “persona sensible y dulce, que lloraba y se emocionaba por todo”; Músico nato, entabló una relación con la ciudad de Córdoba (a la que quería demasiado) que le marcó en su vida personal y profesional. Su música, que es el testamento y legado de un artista será la que lo devuelva a la memoria de Córdoba cada vez que suene.




Rafael C. León Ramírez
Alfonso Lozano Ruíz
Artículo publicado en el boletín de Cuaresma de la Hermandad de la Esperanza 2008.

2 comentarios:

Anónimo,  26 de marzo de 2011, 15:05  

Para mí, su "Pasa la Virgen Macarena" es la mejor marcha procesional que se puede escuchar, llorando de emoción, detrás de su maravilloso paso.
Por haber hecho emocionarse a tanta gente, tantas veces, quiero decirle a sus hijos que agradeceremos siempre que tan gran músico haya tenido vida.
Si, encima, me entero que era sevillista, tengan por seguro que lo tendré siempre en mi corazón.
Muchas gracias por hacer tan bien lo que hacía, por sentir tan hondo lo que sentía y por haber alumbrado a esta vida de tinieblas y oscuridades, tanta luz.
Un saludo.

Anónimo,  22 de octubre de 2011, 17:01  

El mejor de los compositores. nunca te olvidaré maestro.

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